Advierto de que hoy mi reflexión no va a ser jurídica sino metafísica, podríamos decir. En los últimos años detecto numerosos casos en los que, tanto el hombre, como la mujer, cuando rondan los cuarenta años, deciden dar un giro de 180 grados a sus vidas. Padres o madres de familia que deciden que ahora quieren vivir su vida de otra manera. Quieren prescindir de todas las obligaciones que han ido adquiriendo a lo largo de los años y solo pretenden disfrutar de sus días cual «adolescente cuarentón». Esta crisis de los cuarenta, se puede extender hasta los cincuenta y tantos. Porque ahora nos sentimos jóvenes mucho más tiempo que antes.
Quieren vivir una vida de solteros o solteras, sin ningún tipo de obligaciones, no quieren saber nada de complicaciones domésticas, de hijos… sólo diversión, deporte, actividades que les reconforten. Unos lo manifiestan abiertamente, otros no, pero lo evidencian sus hechos y acciones, en los que su persona pasa a primer plano y se olvidan de todos los que tienen alrededor. Se vuelven egoístas y se desentienden de casi todo.
De la noche a la mañana informan al cónyuge de que la vida que llevan no les satisface, que se encuentran vacíos, que se van de casa y que ahí se quedan los hijos, las hipotecas, el recibo de la luz etc. Si puede ser pagar poco de pensión o nada y a vivir la vida que son dos días.
Más de uno, al leer estas líneas se sentirá identificado con lo que digo, o conocerá algún caso cercano que responda a este patrón.
Y es que coincidiréis conmigo en que en los últimos tiempos, gracias a las redes sociales, a internet, etc nos preocupamos demasiado por las apariencias, por el físico, por estar en forma, por ponernos guapos y guapas por fuera, desatendiendo bastante el interior. Entramos en contacto con otras personas que alimentan nuestro ego, diciéndonos lo guapos y lo listos que somos, lo bien que nos sienta ese gorro, o esa falda, aunque la mayoría de las veces lo que se escribe y lo que se piensa no tiene nada que ver.
En mi opinión convivimos con una grave crisis de valores. En una sociedad en la que parece que todo vale si es para mi beneficio particular. Para satisfacer mis necesidades, mis anhelos, mis deseos y caprichos. Nos dicen que la vida son dos días y que hay que vivirla a tope. Que hay que consumir, viajar, gastar… yo, yo y yo, y ya, ya. El yoísmo elevado al cubo. Y ya sabemos lo que ocurre, cuando el Yo entra en escena, el tú y el prójimo salen por la ventana. No está mal ser inmaduro con 13 años, porque se está en proceso de formación, pero no es lo mismo con cuarenta y tantos.
Cuando sólo me preocupo de mí, y me olvido de lo que te pasa a tí, vienen los problemas. Si el matrimonio comienza a vivir la vida de forma paralela. O si uno de ellos comienza a entrar en esta dinámica, el fracaso está prácticamente asegurado. Aunque siempre se puede reconducir la situación. No todo está perdido.
Una vez decidida la separación, tan pronto te encuentras con padres que discuten y pelean por tener la custodia de sus hijos, como te encuentras con otros que les importa «nada» seguir manteniendo un contacto fluido con ellos, podríamos decir que les estorban en sus planes de nueva vida. Es más cómodo que sea su ex quien se responsabilice de ellos y sus problemas. Con verlos de visita cuando no me interfiera mucho en mis planes, mejor que mejor.
El egocentrismo, el darle tanta importancia al físico, a la apariencia, la superficialidad con la que vivimos, nos hace personas vacías y huecas, inmaduras, que no tenemos un claro ideal en la vida. Queremos aparentar que somos guapísimos, que estamos súper – en forma, que disfrutamos a tope de la vida, que nuestros viajes son una locura… y en realidad estamos insatisfechos con todo. La inmadurez se ha instalado en nuestras vidas. Damos importancia a cosas que no la tienen y desatendemos otras que son importantes por satisfacer nuestro ego particular. Tanto «selfi» con filtro que se nos ha olvidado quién somos en realidad. El ruido ha inundado nuestro mundo y no invertimos ni un segundo en estar en silencio para reflexionar sobre ¿quién somos? ¿Qué hay detrás de esta apariencia? ¿qué queremos? ¿a quién queremos? ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿Soy realmente feliz? ¿Me llena esta vida que llevo? ¿Cuando las arrugas y las canas lleguen, a quién se van a encontrar? ¿Y que pasaría si la muerte no tuviera la última palabra? ¿Y si hay vida después de la muerte?
No pretendo con esta reflexión juzgar a nadie, ni pienso que yo estoy en posesión de la verdad. Pero sí me gustaría que si has leído esta entrada te preguntes si te sientes pleno. Si eres feliz. Si consideras que la vida que llevas es la que quieres vivir. Si tienes claro lo que es verdaderamente importante en la vida. Y si no es así, que te convenzas de que no tiene porqué ser así. Que tu vida puede cambiar a mejor.
A mi me sirvió participar en el Cursillo de cristiandad número 18 de Albacete. Ahora se va a celebrar el 21. Es un buen lugar para parar y repostar. Hacer un alto en el camino y reconsiderar si tengo respuesta a estas preguntas o la tengo que buscar.
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Rosa Pilar Sáez Gallego, 31/10/2019
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